Dentro del zulo el aire se rompe, aúlla, gime, desaparece. Igual que nosotros, que al acabar la temporada nos convertimos en huesos enjaulados, en rumor de sogas, en hambre y frío made in Spain. Perdón, no me he presentado todavía. Soy uno de los miles de perros de caza que cada febrero se convierte en estadística del abandono, del olvido y de la infamia.
Dentro del zulo no existimos, eso lo saben bien quienes nos abandonan. Desde el nacimiento hasta la muerte, pertenecemos a esos cementerios ambulantes que se llaman cazadores. Pertenecemos a quienes se deshacen de nosotros cuando ya no les hacemos falta.
Dentro del zulo, de la soga, del hambre y del frío, somos invisibles. Pero, amigas, amigos, fuera del zulo tampoco existimos, eso lo saben bien quienes legislan discriminándonos de aquellos otros perros que viven en un hogar. Ese hilo cruel que une a cazadores y legisladores nos condena una vez más al maltrato, a la muerte.
Nos abandonan en el zulo y nos abandonan en negociaciones infructuosas donde somos una pieza de ajedrez sacrificada. Una ley que discrimina a unos perros de otros es una ley cruel e injusta. Y una ley injusta no es una ley. Dejad de llamar ley de protección a algo que no nos protege. Llamadle trofeo político, trampa para vender humo, fracaso endulzado con sirope de maltrato.
Nos abandonan en el zulo, nos abandonan en el Parlamento, en pleno siglo XXI nos siguen abandonando. Pero resistiremos, porque algún día este país será digno de todos los perros del mundo, sin distinción. ¡Mismos perros, misma ley!
POESÍA Marta Navarro García
Marta Navarro García (Zaragoza) es una poeta, narradora y articulista española. Edita el blog sobre cultura y actualidad Entrenómadas. Ha publicado poemas en las revistas culturales Rolde, Luke, Piedra del Molino e Isla de Siltolá. Ha sido articulista de Diarioaragonés.com. En la actualidad escribe en el diario digital aragonés Arainfo, en la revista feminista Píkara y en el blog sobre derechos animales El caballo de Nietzsche y en El Prismático de Aragón, ambas secciones de eldiario.es.
Autora galardonada y reconocida con distintos premios:
Las lecciones de la señora Kobayashi (Premio XXXIII Concurso de Poesía Ciudad de Tudela, 2017).
Una taza de té para Tía Bridget (Premio XLI Concurso de Cuentos Ciudad de Tudela, 2015).
La victoria del heno (Premio Victoria Kent, Fundación Victoria Kent de Cádiz, Málaga, 2007).
La espalda del viento (accésit del Premio de Poesía Gabriel y Galán, Guijo de Granadilla, Cáceres, 2006).
Más que la muerte duele quien la causa. Las manos que hasta ayer te acariciaban, la voz que estimulaba tu carrera sin freno, la que te recogía tras horas de extenuación. Los ojos que siempre te observaban, esa estafa cruel a la que llamaste afecto.
Más que las heridas sangra la hipocresía, la falsedad, la doblez, el fariseísmo, el dolo, el engaño, el embuste, la comedia, el cuento. Tú capturabas la presa, él se quedaba el trofeo. La perpetua falacia del cazador galguero: presumía de nombrarte camarada; era tu dueño.
Más que el abandono hieren las palabras: campo, deporte, naturaleza, medio rural; amor, apego, empatía, aprecio. Frases huecas, oraciones sin Dios ni lealtad. Siempre fue perversión de mercaderes administrar con indecencia la semántica.
Más que la horca homicida, mata el olvido. Cuatro años y ya no sirves. Un subproducto, un residuo. El desecho de un trastorno. El suyo. Ayer, un atleta, un gran campeón, un ídolo; hoy nada. Unos veinte kilos de carne en canal para el contenedor rojo de los sueños perdidos.
Mientras la soga aún asfixia tu garganta el criminal se aleja con pérfida impunidad. En el horizonte —azul de frío—, una liebre, la última. Por azar se cruzan vuestras miradas. Una postrera enseñanza, una lección magistral: el instinto os engañó, no era el otro el enemigo.
En su mirada desbordada de sangre, habría atisbos de humanidad. En su mirada inyectada de muerte, habrían inoculado bondad. En su mirada sujetada por el deseo ávido de dinero, habrían pagado con caricias.
Y los mansos galgos, los podencos mansos y sus amorosos ojos. Sus graciosas patas y su fina figura en el engranaje de la barbaridad inculta de matar por matar en aras de tantas absurdas disculpas, de regular lo que, en su sabiduría, la naturaleza hace con tanta perfección y sencillez.
Al mirar a sus hijos, niños, habrían descubierto que derramar sangre ni es justo, ni es bueno. Que los niños miran a los animales y sienten amor puro. Reconocen en ellos a sus compañeros, reconocen en ellos la ternura sin final.
Los galgos como sus niños, hijos, se asustan y tiemblan participando en el horror. Obligados, extorsionados, torturados. No amados.
Como nuestros hijos, niños, solo quieren ser amados y amar. Que para eso nacemos todos en esta tierra. Nacemos niños, sentimos y sabemos y conocemos lo humano. ¿Quién nos despojó del recuerdo, quién nos zambulló en ese olvido que nos hace capaces de tener un rifle en las manos y dispararlo contra un cuerpo, que nos hace ver la muerte, propiciarla, impasibles? Si el dinero es el dueño de la vida, si está por encima de ella, ¿cómo llamarnos humanos sin avergonzarnos?
Si la ignorancia es la madre de la crueldad, sacudamos las carnes de esta madre tan ciega y espantosa tan purulenta y vomitiva. Aneguemos su vagina para que sea ya infértil. Que todos los hijos de los hombres tengan por madre a la sabiduría que cercena la amnesia que nos ha apartado de reconocernos.
La sabiduría ha dado a luz a toda la naturaleza. Que la primavera reverdezca en nosotros y nos haga flor. Que la belleza nos vista de amor.
Entonces habrá humanidad entonces habrá bondad entonces habrá caricia.
La ignorancia, postiza nodriza, será despedida para siempre. Y no habrá más sangre inocente, derramada inútilmente, brutalmente. La ignorancia ha muerto, ¡viva la vida!
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